sábado, 11 de noviembre de 2006

Desfile de las hadas

Hace muchos años, en la llanura de Carterhaugh, los habitantes vivían en paz compartiendo estos verdes parajes con las hadas. Aunque no se había hablado de modo explícito, sabían que de día podían jugar alegremente entre la hierba, recoger flores, pasear a los bebés, pero de noche debían abandonar el lugar, porque la “gente pequeña” salía a disfrutar de los campos y no les gustaba que ningún humano les molestara.
Este pacto funcionó durante años, se respetaban y todos eran felices, pero una mañana la Reina de las Hadas se acercó a unas niñas que jugaban y les dijo:
- Marchaos, os prohíbo desde ahora volver a este lugar. No quiero ver a ningún humano pasando por aquí. Desde ahora estas tierras pertenecen al caballero Tamlane, y él no quiere ver a nadie.
En ese momento se produjo un fuerte viento que levantaba hojas y vestidos. Las niñas gritaban y corrían para casa. Sólo duró un minuto, quizás menos, luego volvió la calma. Ninguna pequeña se quedó en el lugar, sólo Janet, la niña más rebelde y valiente.
Se le acercó la Reina:
- ¿No me has oído?¡Nunca más jugaréis aquí! Lo ordeno yo, la Reina de las Hadas.
- ¿Y me puedes decir por qué? De día la tierra es nuestra, nosotros jugamos y no os molestamos. De noche todo es para vosotros y sois bienvenidos, ¿acaso no ha sido siempre así?
- Pues desde ahora no será así, niña insolente. A partir de mañana no te quiero volver a ver, ni a ti ni a tus amiguitas - y la voz desapareció.
Pero Janet no se daba por vencida. A la mañana siguiente un sol resplandeciente alumbraba el lugar, los pájaros cantaban, y la llanura era un juego de colores, compitiendo el verde de la hierba con el colorido de las flores. Y Janet no se lo pensó. Se peinó sus hermosos cabellos rubios, se los recogió con unas florecillas, y se puso su trajecito blanco de lazos verdes y, como cada mañana, paseaba alegramente endirección a la llanura. Poco después jugaba con una ardillita en el mismo lugar del día anterior.
- ¿Quién eres y qué haces aquí?
La niña se sobresaltó porque no había escuchado llegar a nadie. Un apuesto caballero la miraba desde su caballo blanco. La niña lo observaba detenidamente, su pelo, de ondas negras; sus ojos, grises y penetrantes; su traje blanco, inmaculado, tanto como su caballo. Parecía un espejismo, no era posible encontrar un hombre más guapo.
- Soy Janet y he venido a jugar como todos los días.
- ¿Nadie te ha dicho que no podías jugar ya aquí? - Aquella voz parecía enfadada, pero sin embargo era hermosa - Soy Tamlane, el amo de estos campos, y son un regalo de la reina, ¡véte!, no te quiero volver a ver jugando por aquí.
- No es justo - se rebeló Janet - ¿acaso no es vuestro de noche?¿por qué no puedo jugar aquí?
Tamlane le clavó sus ojos grises de rabia. De pronto la expresión de sus ojos cambió, un jilguero entonaba su alegre canción. Tamlane parecía pensativo.
- Un jilguero, ¡cuánto tiempo hacía que no lo oía! Te lo advierto, Janet, este sitio es peligroso. Hoy puedes jugar si quieres, pero no vengas más - le dio una palmada a su caballo y se marchó.


Janet estaba sorprendida, no sabía si era verdad todo lo que había visto. Se fue a su casa mientras pensaba en el hombre de blanco. Cayó la noche y ya en cama se durmió. A la mañana siguiente el canto de unos pajaritos la despertó. Miró por su ventana, el sol brillaba aún más que el día anterior, los pájaros revoloteaban de un sitio para otro y el campo aún parecía tener más colorido.
- Hoy volveré de nuevo. Iré a por margaritas y le haré una corona a mamá, seguro que le gusta.
Se levantó, peinó sus cabellos, esta vez los llevaba sueltos, se puso su traje de seda verde y marchaba cantando. Recogió una canasta de margaritas y se sentó en el suelo haciendo una corona.
- ¿Qué haces otra vez aquí?¿no recuerdas que te dije ayer que no volvieras más?
Allí estaba, de blanco de nuevo, mirándola con aquellos ojos grises.
- Quería hacerle una corona de margaritas a mi mamá, ¿por qué te molesta tanto?
Él parecía que iba a contestarle cuando un ruiseñor entonó el mejor y único canto de su vida. Enmudeció la llanura. Tamlane también calló, y escuchaba en silencio. Cuando terminó la canción Tamlane parecía pensativo.
- ¡Cuánto tiempo hace que no escuchaba a un ruiseñor! Había olvidado que no hay canto igual en la tierra.
- ¿Por qué te pones tan serio cuando escuchas a los pájaros?¿No hay pájaros en el mundo de las hadas?
- Las hadas no los necesitan, tienen su propia música para cantar y bailar. Sus voces son preciosas y tocan los instrumentos como ningún mortal sabe hacerlo. No hay pájaros allí. Durante años olvidé su canto. Los oía de pequeño con mi padre, el conde de Murrai, sobre todo en el campo, cuando íbamos de caza. Pero la Reina de las Hadas se encaprichó de mí. Me espiaba mientras acompañaba a mi padre de caza. Quería que yo fuera su paje. Un día, mientras cazaba, mi padre acertó a darle a un ave, mi perro y yo corríamos buscando la presa, pero no la veíamos. Los árboles me confundieron, todos parecían iguales, cuando me di cuenta estaba solo y perdido. Las hadas vinieron a recibirme. Eran pequeñitas pero terriblemente hermosas, me cuidaron muy bien y me trataron como si fuera hijo suyo. La reina me daba todos los caprichos, yo era su favorito. ¡Fíjate!, ya lo había olvidado todo. Pensaba que era feliz allí, pero el canto del ruiseñor me ha hecho recordar todo lo que tenía y que perdí.
- ¿No eres feliz en el País de las Hadas?
- En el País de las Hadas todo el mundo es feliz. Hay mucha alegría, y música, y juegos, no conocen la enfermedad, ni el frío, ni el odio, pero no cantan los pájaros, y no estás tú. Desearía deshacer el hechizo y volver a mi mundo contigo.
- ¿Qué tengo que hacer para liberarte y hacerte mortal como antes?
- Es muy peligroso y tienes que ser muy fuerte. Si no te atreves lo comprenderé. Tenemos que separarnos y no vernos durante varios meses. No puedes volver a esta llanura ni en verano ni en otoño, y trata de no pensar en mí mientras tanto. La última noche de octubre, la víspera de Samain, la víspera de Todos los Santos Difuntos, ven a la colina y espera allí, escondida detrás de aquella roca. Asistirás al desfile de las hadas. No tengas miedo, porque estarán tan concentradas que no se fijarán en ti. Justo cuando den las doce la Reina de las Hadas pasará por allí y la seguirán todos los caballeros. Yo iré detrás, vestido de blanco, sobre mi caballo. Cuando me veas debes ser más valiente que nunca. Agarra con fuerza las riendas de mi caballo, abrázate a mí y pase lo que pase, veas lo que veas, nunca me sueltes. Si lo consigues me liberarás del hechizo y me casaré contigo. ¿Confías en mí?
Janet le miró a los ojos y supo que decía la verdad.
- Lo haré como tú dices y la noche de Halloween volveré a por ti - le apretó fuertemente las manos y se fue. La niña se debatía entre la felicidad de saber que él la quería y la tristeza de tener que separarse de él tanto tiempo.


Los meses transcurrían lentos, terminó la primavera, llegó el verano y empezó el otoño, la fecha se acercaba. La niña esperaba el día cumpliendo su promesa, nunca más volvió a la colina hasta esa noche, el 31 de octubre. La niña cenó con calma, le dio un beso a sus padres antes de acostarse y se metió en su habitación. Cogió el traje más bonito de su armario, peinó sus cabellos y sin hacer ruido, ya de noche, salió.
Serían las doce menos cuarto cuando la niña llegó a la roca y se escondió en silencio. Minutos más tarde escuchó un ruido de fondo, sonaron unas gaitas, unos tambores abrían la marcha, y justo a las doce la Reina de las Hadas pasaba majestuosa ante sus ojos. Detrás toda una corte de caballeros y hadas desfilaban. Ella estaba pendiente. Primero pasó un estandarte rojo y siete caballeros del mismo color detrás, uno delante y seis en fila detrás. Seguía el desfile. A continuación el estandarte negro y siete caballeros detrás, todos del mismo color, de negro con caballos negros. Justo después la corte marrón y el estandarte dorado, y un poco más atrás, llegaba la corte de blanco. La niña miraba impaciente para descubrir a su amado. Allí estaba, el más guapo de todos, de blanco y ojos grises. La niña corrió hacia el caballo y agarró las riendas, tiró de él para sacarlo de la fila y se abrazó a Tamlane fuertemente. Se escucharon gritos, la reina se volvió y vio lo que ocurría.
- ¿Qué haces, niña? ¡Tamlane, no escaparás! - y Tamlane se convirtió un lagarto enorme. La cola la golpeaba fuertemente, pero ella le miró a los ojos, vio sus ojos grises y más fuerte lo abrazaba.
- ¡No escaparás! - rugía la reina.
El lagarto se transformó en serpiente, una enorme boa se deslizaba entre sus brazos, pero ella conocía esos ojos grises y más fuerte lo abrazaba.
- ¡No escaparás! - gritó la reina por tercera vez.
Y el lagarto se transformó en águila que intentaba volar, pero ella agarró sus patas y no pudo escapar. De pronto pareció que el águila perdía fuerzas, ella lo atrajo hacia sí y lo abrazó de nuevo.
La reina sabía que Janet había roto el hechizo. Miró al resto de las hadas y con un gesto de su cabeza todas continuaron. El desfile seguía, y en ese instante, Tamlane recuperaba su forma humana. Ella no dejaba de abrazarlo.
Amaneció. Cantaban jubilosos los pájaros, el sol lucía de nuevo. El día de Año Nuevo las campanas repicaban alegres, Janet y Tamlane se casaban, y cuentan que siempre fueron felices y no se separaron nunca.

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